Era una madera que alguna vez fue parte de algo más.
Quizas silla, mesa. O poste, puerta, tirante.
Un todo la contenia, le daba significado a su existir. Habia sido pensada para ser parte.
No necesitaba imaginar un porvenir fuera de ese conjunto que le daba sentido a todas sus astillas.
Fueron pasando los días, con sus noches. Soles, lluvias, viento... y gente.
El paso del tiempo va dejando marcas. Va cansando hasta al cuerpo más vital.
Va debilitando hasta a la madera más fuerte.
Y no sólo se avejenta su capa visible, sino también su esencia.
Sentir tristemente que lo que uno da ya no es necesario y ver surgir cosas novedosas que van ocupando ese, " nuestro" lugar.
Así fue como dejó de ser lo que era. Arrancada, desgarrada, su destino inevitable era el olvido en una montaña de objetos anónimos que aunque juntos no formaban un todo.
Quizas por casualidad, o a causa de algo más, alguien la miró, se fijó en ella y decidió darle otra oportunidad.
Sus manos la tomaron otra vez y comenzaron a acariciarla, dándole forma y color. Fue resaltando las huellas que el tiempo dejó, convirtiéndolas en marcas nobles y bellas.
Y asi fue, como a través de la mirada del artista, esta añeja madera fue encontrando su esencia otra vez.
Hoy forma parte de un todo, una obra de arte que enriquece su existir cada vez que ojos nuevos la miran para resignificarla.